2/12/09

Crisis en los miedos


La crisis financiera mundial vino a acelerar el proceso de reducción de personal en importantes medios de comunicación. Ante esta realidad se suceden, principalmente en Europa, hechos no tan usuales para el gran público, como la concentración de periodistas en defensa de puestos de trabajos y alertando sobre la precariedad de los que sobreviven en este tobogán cuyo final aún no se alcanza a ver del todo.

Pero además de lo estrictamente laboral, que en realidad es lo más grave, el proceso dispara una serie de opiniones que le incorporan a la situación otros miedos que no son tales.

Últimamente se está hablando mucho sobre el daño en el derecho a la información que se esconde detrás de este retroceso de los medios tradicionales. La secuencia sería más o menos así: los medios achican sus presupuestos, reducen personal, decae la calidad, se reduce la influencia del medio en su región y su llegada con información y opinión… por lo tanto, pierde la sociedad.

El efecto dominó puede ser cierto desde una visión lineal del proceso, pero la conclusión es al menos apurada. Podemos ver a estos tiempos como un retroceso en el periodismo, o como una transformación de la actividad. Y si lo vemos como un cambio, es evidente que "la sociedad" sale ganando.

Decir que las democracias pierden con el achicamiento de los medios, es negar dos décadas de avances en las formas de acceder al conocimiento. Afirmar que diez periodistas menos en una redacción es un paso atrás para la democracia, es un tanto arriesgado. Diez periodistas menos es una dolorosa realidad para diez familias, un triste dato para los organismos públicos, y un amargo desafío para la solidaridad gremial y la actitud política de esos y otros laburantes. Pero, hay que decirlo: la situación está lejos de ser una pérdida para la democracia.

En primer lugar, porque la situación anterior (los diez periodistas escribiendo) no garantizaba per se el derecho a la información de los ciudadanos. Sobran los ejemplos acerca de la enorme capacidad de ocultamiento de información y de voces que puede ofrecer un medio si sus editores lo deciden. Las llanuras de Buenos Aires y Santa Fe, todavía esperan que el enorme poder de investigación de medios como Clarín y La Nación pose sus ojos sobre la trama de engaños a la administración federal de impuestos de parte de los grandes jugadores y principales empresas agroexportadoras. ¿Acaso no es una disputa por millones? ¿Doña Rosa no tiene derecho a esa información crucial para su bienestar? ¿Para qué sirven los excelentes planteles de profesionales que pueda llegar a tener una empresa periodística que se considere guardiana de la democracia, si se les impone un corralito temático?

Y en segundo lugar, por una novedad que es menos política que social. El sector que deja de consumir los medios habituales, no decidió esconder la cabeza bajo tierra, sino todo lo contrario. Empezó a recorrer un novedoso camino de múltiples accesos al conocimiento. Y como toda abundancia y demasía, seguramente necesita de un aprendizaje, de un saber descartar y ponderar. Pero este aprendizaje se viene dando también desde hace décadas, cuando nuestros abuelos prendieron un aparato del que salió una voz que, en algunos casos, apagaban de vez en cuando para que el pobre tipo que hablaba pudiera descansar.

Si alguna vez sucede, el cierre de los periódicos implicará pérdidas de fuentes de trabajo, pero no de libertades ni de conocimientos. Y esa mala noticia será, probablemente, mal redactada en algún blog o en el celular. O vaya uno a saber dónde.

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