16/7/10

Los medios y la gilada

El ámbito de informaciones, opiniones y operaciones políticas que tradicionalmente conocíamos como “prensa argentina” (por ponerle un nombre que ahora lo identifique fácilmente) está sufriendo un cambio de época que dispara análisis desde distintas miradas. Sobre algunas ya hemos opinado, sobre otras no.

La mirada más importante es –quizás siempre lo es, pero sólo quizás— cualquiera que apunte a la estructura del sistema de medios, todo lo que tiene que ver con el negocio. Al fin y al cabo, el “coso ese” del que hablamos está formado por empresas, que hacen negocios con la información y no con repuestos de camionetas.

Pero hay otro costado que es importante: el de la legitimidad, que es hija de la credibilidad, y no se si será el cimiento de las estructuras del negocio pero seguro forma sus firmes columnas, las que le pueden permitir crecer sin desmoronar.

Y eso es lo más lindo para analizar desde la óptica de las personas que gustan de la política y su relación con los medios. Porque está pasando que los grandes medios que han participado en los armados políticos o influido en las gestiones públicas, le están hablando, por primera vez, a la gilada. Y esto, con perdón de la gilada, a estos medios no les gusta. Lo detestan. Pero otra no les está quedando, parece.

Los que antes formaban opinión en esa niña bonita e histérica que siempre fueron los sectores sociales medios –sectores de intelecto ágil, aceitado, interesado en los asuntos públicos y por ende amigable a esa jugada de pocker tras la cual terminaban siendo amigos con el medio, otorgando así la legitimidad para la presencia e influencia del producto en la vida nacional— van mutando, contra su voluntad, los interlocutores. Que también votan, es verdad, pero los miembros de la gilada no son de jugar cartas en partidas a las que hoy son convocados y desoyen, porque nunca lo han hecho, no saben nada de ese pocker ni les interesa. Por eso se les grita. Por eso los titulares no ahorran munición gruesa, olvidando incluso varios consejos de sus propios manuales de estilo, redactados en pos de la legitimidad, antes que la rentabilidad. Manuales redactados para la niña bonita, no para la gilada.

La gilada, para los medios, es fofa, no los obliga a avanzar, no les pide rigor. Sólo (y no es poco, pero no alcanza) consume sus productos.

La Nación, Clarín, Perfil, Página/12, TN, casi todos los que gustan agendar celulares cortesanos, siempre se han peleado por lo mejor. Nunca por la gilada, porque ésta tal vez permita dividendos rápidos pero no sirve para jugar las partidas que más necesitan jugar.

La expresión más tétrica de esta mutación la está protagonizando Clarín, es obvio. Ese diario fue el gran experto en la relación masividad/calidad que siempre estableció con sus interlocutores. En sus páginas abrevaban el burrero, el kiosquero, el empresario nacional y el dueño del número del celular agendado, porque así jugaba el diario. Por sus redacciones han pasado profesionales excelentes. Por sus oficinas, piratas brillantes. La simbiosis entre ambos aspectos no es algo de lo que puedan jactarse varios medios.

Pero decía que están perdiendo interlocutores a mansalva, y se caen del costado que más se cuidó durante años (recordemos los manuales de estilo, los discursos de los jefes, los regalitos de fin de año, los convenios con universidades, las maestrías, las pasantías, las épicas del periodismo de investigación), ese costado que le permitía jugar el juego que más le gusta a tipos como Magnetto, Escribano, el finado Ramos, Fontevecchia y los que cada uno conocemos en nuestras provincias.

La niña más bonita e inteligente, la que todos los que gustan de armados y desarmados políticos quieren chamullar, se va con otro. Pero ojo, que tal vez no elija a ninguno de los viejos chotos y mentirosos que le silban.

Si esto cambiará algo la forma en que se hace política, se ganan elecciones o se gobierna en el país, no lo sé. Pero que cambia las relaciones con los medios, seguro. Y por lo tanto, algo más deberá cambiar, aunque no se trate de un efecto dominó.

Todos se quedan sin lo mejor. (Y valga la aclaración: “si lo mejor es un polo, no es el polo de lo peor”, decía Almafuerte.)

Bueno, ya era hora que la mina se les piantara.

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