Entrevista a Borocotó o "En busca del titular",
acáUno quiere escuchar a un protagonista de algún hecho famoso y termina soportando las posturas del entrevistador. Gracias al medio, que media entre el oyente y la realidad (no se rían, che), uno termina algunas entrevistas conociendo más el pensamiento del periodista que el del reporteado.
“Señor X, lo llamamos porque queremos saber la verdad sobre esto”, les dicen a sus entrevistados. Hacen como que lo escuchan al tipo; le dan un tiempito de gracia, para que después los spots de la radio puedan decir
“el lugar donde hablan todos” o tonterías parecidas. Y empiezan con las interrupciones. Porque el periodista sabe que el entrevistado, sobre todo si es político, va a querer conducirle el reportaje. Es lo primero que te aconsejan cuando haces notas al aire:
“no dejés que te manejen la entrevista”. Entonces, el periodista se siente en la tremenda obligación profesional y hasta moral de interrumpir constantemente al entrevistado. No vaya a ser que suceda lo de la famosa
entrevista de Frost a Nixon. El periodista tiene que dejar claro que
“el que manda acá, soy yo ¿está claro?”. Periodismo a la norteamericana. Periodismo sordo, pero no mudo.
Y todo esto para decir que uno, en realidad, quería escuchar a Borocotó. No a María O’Donell y su opinión sobre lo que hizo Borocotó, sino al tipo que hizo lo que hizo. Y encima, se alcanza a escuchar de parte de él que Clarín publicó exactamente al revés un voto suyo, pero decir esto es crispación y la batuta del periodista se agitó aún más en el aire. Y el oyente se queda sin saber más sobre la historia o sobre la versión del protagonista. Pero sí hubo tiempo, por supuesto, para que quede claro, por si hiciera falta, la visión del periodista sobre el hecho.
“Vamos a hacer memoria”, dice la periodista. Pero no lo deja hacer memoria al tipo. La memoria, en las entrevistas en vivo, es un detalle que atenta contra el rating.
Y siempre es igual, con las mismas mañas y hasta con las mismas palabras. Si uno se pusiera a contar las palabras que se usan en la radio argentina..., no pasan de las 100. Hay más variedad en imposturas vocales, en inflexiones de voz, que en palabras importantes. Los relatos que generen alguna imagen, algún concepto, cierta idea sobre un tema, están condicionados siempre por la voz todopoderosa del conductor o algún ladero de lengua dinámica.
En la radio, en la tele, en los diarios, los únicos que pueden explayarse sin interrupciones y sin dar lugar a interpretaciones confusas son los periodistas. Los demás están dibujados. Que vayan a Radio Nacional, si quieren hablar tranquilos.
Acá queremos vértigo, no comprender ni conocer ni informar. Queremos ritmo, marcha, noticias que vienen y van. Y cuando hay que parar la pelota y hablar pausadamente porque el momento o el tema así lo exigen, dejalo en manos de los profesionales. Que para eso están, che.
¿Los demás? Los demás son los protagonistas, para mal o para bien, de esa cosa que se llama realidad y que también existe. Pero en un medio forman parte del decorado. La mayoría son objetos de relleno. Algunos privilegiados son extras esporádicos con pequeñas actuaciones y otros, más privilegiados aún, son extras blanqueados y con aportes patronales. Pero todos tienen un papel secundario en la prensa.
Dejen, profesionales de la radio, que nadie quería a escuchar a Borocotó. Seguro que iba a decir mentiras. Gracias por salvarnos de ellas. Manden el corte. O no. Mejor manden la opinión de los oyentes, que eso le sienta mejor a la libertad de prensa.
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