En el programa “Tirando paredes”, que va los sábados por Continental, le hicieron una entrevista a Mercedes Ninci, famosa por sus estridentes móviles en Radio Mitre. La cordobesa/porteña (combinación histriónicamente explosiva, broma mediante) criticó a Aníbal Fernández porque el jefe de ministros
había tratado a los movileros como perros “dóbermans”.
Aparte del reduccionismo que hace Ninci de lo escrito por Fernández, su posición forma parte de la costumbre ya conocida y hasta asfixiante del periodismo porteño, esa tendencia al abroquelamiento y la defensa corporativa de la profesión. Igualmente digamos que es entendible y aceptable que si una persona trabaja o trabajó en una función específica dentro de los medios, diga lo que piense y hasta esté orgullosa de su laburo.
Pero es bastante mediocre y hasta mentirosa la actitud mucho menos evidente de personalizar o sectorizar críticas que, es fácil advertirlo, son claramente generales y pretenden, antes que bastardear una ocupación, objetar fuertemente (como debe ser si uno está convencido) la forma en que algunas personas o algunas empresas la llevan adelante.
Con esto quiero decir que de ninguna manera es posible considerar las palabras de Fernández como una ataque a la prensa, y hacerlo así es en todo caso, un manotazo discursivo de los tantos a los que suelen apelar los flojos de argumentos.
Las críticas que suelen bajar desde el Poder Ejecutivo a los medios, a veces acompañadas por otras voces progresistas o de ámbitos académicos, se dan en un contexto apasionante para los que estamos ligados a este laburo. Nunca como ahora el periodismo fue mirado y puesto en tema de debate, por tanta cantidad de personas y sectores.
No sé si la única, pero seguro la más difundida respuesta a esas miradas y palabras, las ubican como parte de una supuesta campaña de destrucción y ataque al periodismo de parte del gobierno.
Luego de años de ejercicio del periodismo sin necesidad de mayores batallas discursivas en defensa de la actividad; luego de décadas de usufructuar una “legitimidad” otorgada de urgencia (y atada con alambre) por una sociedad descreída de la clase política; luego de tanto tiempo evitando con un éxito apabullante ser tema de conversación en los pequeños o grandes ámbitos de representación democrática; luego de todas estas ventajas, ¿es ésta la mejor herramienta argumental que puede demostrar el sistema de medios y sus trabajadores ante un embate discursivo?
Ninci criticaba a Fernández por apelar a la eficaz frase
“Que la realidad no te impida hacer una buena nota”. Y la respuesta generalizada a este tipo de observaciones es que el gobierno quiere acompañar sus almuerzos con sangre de periodistas. Si La Nación te abastece de argumentos, estás al horno, prensa.
La verdad es bien distinta, y los que laburan en esto (hablo de los que insisten en esquivar un debate que, si es durísimo, mucho mejor) deberían eliminar de sus lenguas la soberbia que le endilgan a los gobiernos que quieren ser tan o más fuertes que las corporaciones.
La patria movilera, la patria redactora, la patria cronista, la patria editora, la patria zocalera, deberían volver a cobijar seriamente en su disciplina una herramienta que fue desterrada del ejercicio del periodismo, ya que en su momento (y esto lo he oído decenas de veces, incluso promovido por algunos profesores) constituyó una “traba” en el desarrollo de la profesión: la humildad.
La industrialización de la edición periodística y la necesidad imperiosa de acrecentar los márgenes de rentabilidad, cuando no mejorar los posicionamientos económicos de ciertos sectores, lograron, entre otras bellezas, que los movileros parezcan dobermans. Salir a defender esa condición, negando la crítica que la política tiene todo el derecho a hacer, es poner el cuerpo entre la flecha y el patrón. Un actitud que en los perros sería destacable. En los perros.